viernes, 10 de diciembre de 2010

A 186 años de la batalla de Ayacucho

Óleo de Martín Tovar y Tovar (1827-1902)

La batalla de Ayacucho fue el último gran enfrentamiento que sostuvierons los patriotas contra los realistas para lograr independizar al Perú de las fuerzas coloniales españolas. El ejército libertador, comandado por Antonio de Sucre, venció un 9 de diciembre en la Pampa de la Quinua al bando opuesto, liderado por el virrey José de la Serna. Con esta batalla se pondría fin al Virreinato del Perú, pues las últimas fuerzas españolas desaparecerían del Gobierno.

Las líneas son para recordar un aniversario más de la batalla que iniciaría la verdadera independencia del Perú, de ahí su brevedad.

sábado, 4 de diciembre de 2010

La Plaza Mayor de Lima

Vista de la Catedral frente a la Plaza Mayor (Fisquet, 1846)

Casi de inmediato a la fundación de Lima, Franscisco Pizarro tomó consciencia de que era necesaria una división en el nuevo territorio. Por tal motivo, el conquistador llama a Diego de Aguero para que se encargue de la planificación urbana de la naciente ciudad. La división se realizó a partir de un eje central, que fue levantado sobre el mismo centro prehispánico Taulichusco. Así pues, las primeras construcciones españoles fueron erigidas sobre las prehispánicas (la Catedral sobre el adoratorio indígena, por ejemplo).

De esta manera, la división se estructuró a partir de la Plaza Mayor (el eje central de la ciudad). Aguero determinó 117 manzanas, compuestas por 4 solares cada una, que rodearían a dicha plaza. La plaza no sólo fue un punto de referencia, sino que significó rango y poder: las construcciones más valiosas se ubicaron aledañas a ésta: la iglesia, las instituciones, la casa de Pizarro y las de los conquistadores rodearon la Plaza Mayor, por su jerarquía.

Entre los españoles más notables que recibieron solares tenemos a Pizarro, quien tendría toda una manzana a su disposición; el veedor real García de Salcedo, quien construiría su casa en dos solares aledaños a la iglesia; Francisco Martin de Alcántara y Hernando de Pizarro, cada uno con dos solares. Las instituciones más importantes también se ubicaron cerca a la plaza, debido a su importancia la iglesia, el palacio de gobernación, el cabildo y la cárcel se contruyeron en los alrededores.

La importancia de la Plaza Mayor fue tal que en ella se desarrollaron los eventos más importantes de la ciudad: recibimientos de los virreyes, paradas militares, ejecuciones... En ella se estableció por siglos el mercado de la ciudad, se realizaron funciones teatrales, corridas de toros, las fiestas más imporantes, funerales y todos los eventos trascendentales de la ciudad.

Algunos hechos importantes:

El 22 de octubre de 1535 (el mismo año de la fundación) le piden un solar mal veedor para ampliar la iglesia, que era todavía bastante humilde.

El domingo 26 de octubre de 1541 salen del pasaje Olaya o callejón de sombreros, 'los Caballeros de la Capa', comandados por Juan de Herrada, para asesinar a Francisco Pizarro en su casa.

En el año 1557 se retira la horca y en su lugar se ubicaría la pileta de la ciudad, que en su parte alta lleva un ángel con una flecha, obra con influencias renacentistas.

La pileta de la Plaza (imagen tomada de Amautacuna de Historia)

En 1672, el papa Pío V otorga a la iglesia mayor de Lima la categoría de Basílica.

El 17 de enero de 1881, el ejército chileno en la Guerra del Pacífico se instala en la Plaza Mayor y toma la ciudad.

En la primera imagen observamos la Plaza Mayor, su composición y división se conserva en la actualidad. Vemos la Catedral, al lado de ella una casa, que en los tiempos que recreamos pertenecería al veedor. La casa de Pizarro estaría ubicada justo de donde vemos la imagen (es como si estuvieramos viendo la catedral desde una ventana de la casa). El cabildo, ubicado frente a la Catedral y frente a la casa de Pizarro, los portales (al fondo en la imagen).

La imagen detalla, además, la vida cotidiana de la ciudad en el siglo XIX, encontramos diversos personajes incluso un gallinazo.

La pileta aún se encuentra en el centro de la Plaza, es uno de los pocos elementos que se conserva casi intacto de la fundación.

Bibliografía empleada:
MUNICIPALIDAD DE LIMA. Plaza Mayor. Lima: La Dirección, 1997.

domingo, 28 de noviembre de 2010

El penitente

Imagen tomada de La Hora Azul

Las fiestas religiosas del siglo XIX se presentaban de forma idéntica a las realizadas en años coloniales. Sus personajes, sus vestidos, sus ocurrencias, sus colores, sus bebidas y todo lo propio a las procesiones limeñas se conservabán aún en nuevos años.

En estas fiestas desfilaban decenas de personajes, pero uno en especial llamaba y acaparaba toda la atención de los concurrentes: el penitente. Estos hombres eran fieles, que bien por enfermedad o por mucha devoción, acompañaban las fiestas realizadas en honor al Señor de los Milagros. Iban cubiertos con un saco negro, llevando en el rostro una larga careta también negra.

Marchaban con los pies descalzos pidiendo limosna en nombre de su Señor, repitiendo una y otra vez a cada persona 'Ayudemos a pagar la cera de Nuestro Amo y Señor de los Milagros. ¿Dónde están los devotos y devotas de años pasados?'

Pese a la constante devoción mostrada por los penitentes, la costumbre de su presencia llegó a desaparecer totalmente de las procesiones, debido tal vez a su, también, constante expulsión por llevar la cara cubierta y andar pidiendo dinero quién sabe para qué. Hechos que no eran vistos con buenos ojos.

Observemos en la imagen que los penitentes cargaban también una pequeña reliquia que representaba al Señor de los Milagros e iban acompañados de mujeres que vendían chicha, las llamadas chicheras de años coloniales.

Bibliografía empleada:
PORRAS Barrenechea, Raúl. Historia general de los peruanos, 2do. volumen. 11ed. Lima: PEISA, 1988.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Artículo social: Una fiesta de salón

Portada del sábado 4 de mayo de 1839

En el año 1839 fue celebrado el gran baile de salón del general La Fuente, luego de haber salido victorioso en la batalla de Yungay, la cual acabaría con la Confederación Boliviana. La fiesta, además, conmemoraba a la Virgen de las Mercedes, patrona del ejército peruano.

En este siglo los medios escritos eran abundantes, aunque muchos de ellos sin calidad alguna, es en este contexto que aparecería 'El Comercio', periódico que aportaria mucho a nuestras letras. En él su publicarían novelas, críticas, notas y artículos sociales y políticos. En esta oportunidad detallaremos íntegramente un artículo que cubre la fiesta antes mencionada.

Las personas y aun partes de las clases, que figuraban antes de 1820, es lo único que ha cambiado en la escena política y social; pero las mismas fiestas han quedado, la misma disposición de divertirse frente a las jentes.

A las 9 estaban poblados todos los salones de las personas de ambos sexos, vestidos con elegancia, y ya alternaban las vistosas contradanzas nacionales, con la alegre y rápida valza alemana. Notamos entre los personajes, de distincón (y toda la reunión merecía calificarse de este modo) al señor jeneral del ejército Restaurador con su estado mayor, y a los jefes de la división del mismo ejército, los señores encargados de negocio, británicos y chilenos, el comandante de la fragata de S. M. B. ''Presidente'' con algunos de su oficiales, el cónsul jeneral del Ecuador, los señores jenerales Raigada y Salazar, el señor Alvarez de la Corte Suprema, el coronel Ugarteche, los señores Mendiburu,... Nada diremos de las damas, sus atractivos y galas: cada una de ellas merecerían nombrarlas y elojiarse en un artículo separado.

A las contradanzas sucedieron las contradanzas interpoladas con cuadrillas y bailes aislados, todo con el mejor orden y decoro, hasta la hora de la cena... La luz de la mañana se mezclaba ya con la luz artificial de las arañas y las lámparas, y en nada había disminuido la alegría y buena disposición de los concurrentes: solamente a la sonora orquesta militar y al piano del salón, había sucedido la guitarra con el tamborilero popular que hace danzar a los más graves, y que retuvo a casi toda la concurrencia hacia las 7 de la mañana.

Por nuestra parte preferiremos siempre las (fiestas) que parezcan siempre a la del Sr. Jeneral La Fuente, por el buen humor y franqueza, unidos con el más perfecto decoro y cortesia entre los convidados. (El Comercio, 2 de octubre de 1839)
Espero que el breve artículo haya servido para mostrarnos cómo se celebraban las fiestas aristocráticas de esos años. Así como para conocer la forma de escribir en un periódico de la época.
Si les parece bien y les ha agradado esta entrada, seguíré colocando de vez en cuando algunas notas sobre eventos que acontecían en Lima. Se sorprenderán con todo lo que existía en esos años.
Bibliografía empleada:
DEL ÁGUILA, Alicia. Los velos y las pieles. Lima: IEP, 2003.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Los primeros años de Lima: Los recursos naturales

Luego de la desestimación española de fundar el nuevo Virreinato en la ciudad serrana de Jauja, los conquistadores decidieron instalarse en las costas peruanas, invadiendo los santuarios de Puruchuco y Pachacámac. Es así que el 18 de enero del año 1535 se fundó la ciudad de Lima con el nombre de Ciudad de los Reyes, colocando simbólicamente la primera piedra de la Catedral, levantada, además, por el propio Francisco Pizarro.

Si bien es cierto que el 'desencuentro' de los dos mundos, el occidental y el andino, ya se había producido algunos pocos años atrás con la derrota de Atahualpa y la posterior conquista del Imperio incaico. Las tierras descubiertas para la fundación mostraban un paisaje natural distinto que el de la sierra; eran tierras cubiertas por frondosas lomas, con un clima bastante húmedo y sin grandes lluvias. Además de poseer tres valles: el Chillón, el Rímac y el Lurín.

Entre los términos que emplearon los españoles para describir lo que ofrecía el nuevo terreno tenemos: 'llano', para denominar indistintamente a toda la costa; 'comarca', para referirse a una determinada población natural; 'sitios de asiento', llamados así por ser lugares de descanso.

La presencia de grandes recursos naturales provocaron que Lima a fines del XVI fuera una ciudad muy abastecida. Vemos, pues, el crecimiento de sauces, alisos, molles; de plantas medicinales como la verdolaga, la chicoria y el apio. Y también, la presencia de venados, llamas, gallinazos, cernícalos, lagartijas, vizcachas, pumas, iguanas, sapos, entre otros.

Las tierras eran muy fértiles para el crecimiento de trigo, cebada y maíz, cultivadas mayormente por la población natural, asentada por siglos en la costa. Sin embargo, los españoles también se dedicaron al cultivo, teniendo muchas de las casas y los conventos pequeñas huertas. Es así que la vista de la ciudad en un principio estuvo rodeada de muchos cultivos.

A pesar de que observamos que en Lima, los primeros años fueron de mucha producción, nunca faltaron los problemas de administración, provocando que en ocasiones escaseara increíblemente el alimento. Para este efecto el Cabildo de Lima tuvo que declarar constantemente ordenanzas. Así, pues, en el mismo año de la fundación se estipula la siguiente ordenanza:

Toda persona tiene la obligación de sembrar quinientos árboles en el término de seis meses, so pena de multa (10 pesos de oro).

Lima, 1535.

Bibliografía empleada:
GUTIÉRREZ, Laura (ed.). Lima en el siglo XVI. Lima: PUCP, Instituto Riva Aguero, 2005.

sábado, 16 de octubre de 2010

La vida social: Recorrido de la mujer

Imagen de Rugendas. Tapadas limeñas. Tomada de limalaunica.com

Durante los primeros años de la República, los lugares de sociabilidad de la mujer abarcaban diversos espacios, entre alamedas, baños, bailes y otros. Si bien es cierto que muchas de sus salidas eran mal vistas, no reparaban en ello y frecuentaban los principales espacios sociales, incluso a altas horas de la noche totalmente solas. Es así, que a diferencia de los hombres, que frecuentaban lugares determinados (cafés, casa de juegos, casa de amigos...). Las mujeres podían aparecer en cualquier escenario.

La vida de la mujer en estos primeros años fue totalmente activa, pues participaba constantemente de debates políticos y era anfitriona de reuniones, tanto de liberales como de conservadores, en plena presencia, primero, de San Martín y luego de Simor Bolívar. Incluso Rosa Campusano, una anfitriona muy conocida de aquellos años, albergó a José de San Martín en su casa y se decía que era amante de éste -como en todos los tiempos, ¿no creen?-. Pero, las mujeres no sólo organizaban reuniones políticas, sino que dedicaban mucho de su tiempo a discusiones culturales (aunque claro muchas aparentaban más de lo que realmente podían saber realmente sobre el tema); discutían acerca de las funciones teatrales, de uno que otro poeta, de alguna noticia saltante...

La mujer en estos años tenía profunda inclinación por la política y la intriga, además disfrutaba de los placeres más intensos. Comentarios de viajeros extranjeros declaraban su asombro por la libertad concedida a las mujeres, muchas de las cuales eran fumadoras empedernidas y 'profundas críticas' de las funciones teatrales. Jugaba, pues, un rol importante la apariencia en terrenos femeninos, así pues una mujer respetable y de buena familia, no podía salir a sus aventuras si no calzaba y vestía prendas de excelente calidad, además de emplear para sus salidas carruajes. La apariencia era una preocupación constante de las mujeres y dedicaban fuertes sumas de dinero en satisfacer estos placeres.

Las visitas a las iglesias eran obligatorias para toda mujer; se confesaban y rezaban arrollidadas sobre un alfombra colocada en el suelo (las más ricas ostentaban las alfombras obviamente de más calidad); obsequios a los sacerdotes y constantes limosnas servían de medios para satisfacer el deseo de mostrarse en sociedad. ¿Podemos creer que las limeñas de esos años eran eternas y abnegadas devotas a la iglesia?

Eran frecuentes los regalos en las visitas; se tenía la costumbre de obsequiar perfumes naturales (misturas de frutas y flores). La fragancia era distinción femenina y debía ser bastante original para elevar a la mujer en el juego de seducción y apariencia.

Los recorridos comunes de las mujeres eran:

Mañana: Calle, baños, iglesias, casa de amigas, casa.
Tarde y noche: Calle, plaza (compras), paseo, teatro, juegos, tertulias.

Debo decir, para finalizar, que la libertad casi total que poseían las mujeres en los primeros años, se fue, con el tiempo, reduciendo; pronto ellas serían madres dedicadas al hogar y al cuidado de los niños, perdiendo así su rol activo en la pequeña sociedad aristocrática limeña de esos años.

Bibliografía empleada:
DEL ÁGUILA, Alicia. Los velos y las pieles. Lima: IEP, 2003.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Imágenes cotidianas de Lima en el siglo XIX

Una calle cerca a la Plaza Mayor

Vista al barrio de San Lázaro (vemos el arco que es la entrada al barrio). Además se observa la torre de la parroquia principal

Imagen del Mercado Central

La alameda nueva, lugar de paseo. Además se puede observar el río Rímac y el punto que da al barrio de San Lázaro

Vista a la Plaza Mayor, al fondo la Catedral de Lima. A la derecha vemos los famosos portales que se extendían en toda la calle del mismo nombre

Vista a la Catedral de Lima en la Plaza Mayor. Imagen similar a la anterior

Bibliografía empleada:

RUGENDAS, Johann. El Perú romántico del siglo XIX, estudio preliminar de José Flores Araoz. Lima: Edit. C. Milla Batres, 1975.

viernes, 24 de septiembre de 2010

La misturera


En las antiguas celebraciones religiosas, mujeres de toda clase se convertían en célebres acompañantes de las grandes procesiones; formaban, pues, junto a otros personajes pintorescos todo el conjunto de estas multitudinarias celebraciones. Delante, en el andar, de las procesiones se posicionaban las mistureras cargadas de esplendores y detalles.

Estas mujeres llevaban grandes vestidos, muy entallados en la cintura y con grandes aberturas en las piernas; con una pequeña manta cubríanse casi totalmente los brazos. Cargaban muchas veces joyas y perlas, además de presentar un pelo bien acomodado. A pesar del lujo de las prendas, que precisaban no poca sobriedad, lo que caracterizaba a estas mistureras eran los grandes azafates que llevaban en las cabezas.


Iban éstos adornados con mistura fina, peritos y manzanitas claveteadas con clavos de olor, además de llevar muchas veces flores. En grandes membrillos (siempre dentro del azafate) se encontraban acomodadas pequeñas banderas de seda, ninfas, ángeles o santos simbolizan el carácter de la fiesta, En mazos circundantes al azafate, iban pastillas de azúcar y canela, envueltas en papeles picados de diferentes colores.

Al término de las procesiones y todos los rituales correspondientes, el contenido de los azafates era repartido, seguramente desproporcionadamente, entre los concurrentes al evento. Imagínese cuántos pequeños y grandes enredos deben haber acontecido alrededor de estas procesiones.

Bibliografía empleada: PORRAS Barrenechea, Raúl. Historia general de los peruanos, 2 volumen. 11ed. Lima: PEISA, 1988.

sábado, 18 de septiembre de 2010

La esclavitud negra en la Lima del S. XIX. Bandolerimo y cimarronaje


El régimen colonial contra los esclavos negros se mantuvo hasta los primeros 30 años republicanos, cuando Ramón Castilla formula un decreto en el que se dictamina la libertad de los negros. Existió, pues, en los años esclavistas una fuerte opresión contra los negros; habiendo en muchos de los casos maltratos que imposibilitaban su libertad. A pesar de que todo esclavo tenía un precio de compra y que éste podía ser pagado incluso por él mismo, la libertad alcanzada por el esfuerzo propio fue escasa.

Por tal motivo, los negros esclavos se vieron obligados a alcanzar la libertad de otras formas, penadas y sancionadas por las autoridades. Casos frecuentes de negros convertidos en cimarrones y bandoleros, que atacaban a ciudadanos y producían constantes robos fueron denunciados en el Cabildo de Lima.

Los cimarrones eran negros rebeldes que habían escapado de su amo, producto de los constantes abusos de los que eran víctimas. Sin embargo, éstos eran totalmente rechazados de la ciudad y vivían en lugares alejados del control; barrios como el de San Lázaro y el de Indios fueron refugios de los cimarrones.

Los grupos de bandoleros negros producían la mayoría de robos en la ciudad, atacaban desde personas (criollos, indios e incluso a otro negros) hasta pequeños locales de comercio. Si bien es cierto, que en la República ya no se ejecutaban negros y los casos durante el virreinato tampoco fueron muchos; sí, por el contrario, fueron aprisionados muchos negros, que por transgredir la ley eran abusados de manera más intensa, produciéndose muchas de sus muertes.

Actualmente no dispongo de muchas imágenes de Lima, así que dentro de poco subiré muchas imágenes de situaciones cotidianas y de monumentos de Lima tomadas durante el Virreinato y los primeros años de República. Espero que realmente sean bien recibidas.

Bibliografía empleada:
PORRAS Barrenechea, Raúl. Historia general de los peruanos, 2 volumen. 11ed. Lima: PEISA, 1988.

sábado, 4 de septiembre de 2010

La gente del callejón

Callejón de Petateros

Como en todos los tiempos y en todas las ciudades, ha existido gente rica y ha existido gente pobre. La población asentada en la Lima colonial que poseía grandes riquezas era escasa. Ésta realizaba, en sus grandes casas, fiestas como las europeas, llenas de lujo y estridencia, reuniones a las cuales se asistía únicamente si se era poseedor de un gran solar y se venía de buena familia. Imagínese, si la gente que tenía dinero sufría de problemas de agua y sobre todo de salud, ¿qué no habrá acontecido en los grandes callejones que albergaban cientos de familias en extrema pobreza?

La ciudad de Lima en tiempos coloniales no era por cierto la ciudad más limpia y segura del continente. Por el contrario, en Lima se albergaban (en las propias casas) animales grandes que eran usados para el transporte; se usaba agua proveniente de grandes depósitos (los aguateros); los caminos estaban llenos de tierra y de basura acumulada; no existía una gran iluminación; etc. En realidad la ciudad era bastante pequeña y convivían en ella gente de toda clase, pero que en la intimidad de sus fiestas, reuniones y relaciones sociales se aislaban con sus grupos.

En esta ocasión detallaré, casi de manera fiel al libro que he leído, información sobre los antiguos callejones limeños, que de preferencia se ubicaban en el Arrabal de San Lázaro (al otro lado del antiguo puente de Piedra) y en el Barrio de Indios o Barrios Altos.

En los antiguos callejones se hacinaban las personas que poseían los ingresos más escasos de la ciudad. Estas personas vivían en casas que eran de caña o de adobe, que poseían un piso, que contaban con muchas habitaciones de pocos cuartos, sin servicios higiénicos, sin aire y sin luz. Existen, pues ciertas peculiaridades que caracterizaban a los antiguos callejones:

Seguiré íntegramente el libro

a) 'Misia' Pancha o 'Misia' Juana; la encargada, la portera, era el tipo adecuado para el manejo integral de callejón. La única persona, a quien se acude, con las quejas dirias, con los pedidos de consejos, con las súplicas de préstamos, con los ruegos para dilatar el pago miserable por imposibilidad económica, etc. La misia es una autoridad. a su orden se abren y cierran las puertas, se apagan las luces, se suspenden las jaranas. Y a ella llegan en primer término, los chismes traídos de la calle, por los mozos y las comadres.

b) El punto de convergencia del callejón es el botadero de hoy, el 'caño' de los días coloniales, la pileta única para el abastecimiento de cientas de personas. Allí se comentaban las ' nuevas'; es el mentidero de la casa, donde se discuten los hechos policiales, se crítica a los poetas y hasta se ataca, para innovarlo y enriquecerlo, el idioma.

c) Las sufridas mujeres, madres de numerosa prole, se multiplican de sol a sol, para atender las necesidades imperiosas de toda la familia. Son ellas, quienes, temblorosas, esperan al marido, el día de la paga, para guardar como tesoro sagrado, el alquiler de la pocilga. Su desolación y su espanto son indecibles, cuando, el hombre ha consumido el fruto de su esfuerzo semanal, en la pulpería, o en la chingana, en sendas libaciones.

d) La clásica memoria musical del hombre popular, le sirve para conservar y transmitir, folclóricamente, los versos intencionados y picantes de los poetas virreinales.

e) En las fiestas, jaranas, que duran varios días, campean el aguardiente, los platos criollos picantes y la chicha. Los bailes suelto, movidos, lúbricos, al compás del cajón y cantados con voces enronquecidas, son las prefereridas.

f) El 'gallinazo bodero' o el 'huela guiso', tipos, el uno persona de respeto, que se presenta, como de ocasión, y que es bien recibido; el otro, desconocido, bien trajeado, pero hambriento, que se introduce a hurtadillas y que, en veces, es expulsado de mala manera. Ninguno de los dos falta en la jarana.

g) En los callejones virreinales aparecían las grandes epidemias de viruela, escarlatina, etc., llevándose cientos de vidas. El índice de la mortandad, se mide en los callejones, antros de miseria...

He querido mostrar lo más relevante y trascendental de la vida de la gente del callejón. Y como se habrá podido notar en la información dada, existe mucha creacíón del autor y seguramente una poca cuota de historia real (pero ¿no creen que ahí se encuentra lo hermoso de la historia? pueden imaginar ustedes mismos sus propias historias).

Lamentablemente, no existe mucha información consolidada sobre la vida en los callejones; sí existe, por el contrario, información dispersada en muchos libros de historia. Tampoco existen novelas realistas o naturalistas peruanas que trabajen profundamente el tema de la miseria, como sí existieron en Francia, en España o en Inglaterra (esperemos que en algún momento alguien pueda consolidar las sugerentes historias).

Bibliografía empleada:
PORRAS Barrenechea, Raúl. Historia general de los peruanos, 2 volumen. 11ed. Lima: PEISA, 1988.

martes, 20 de julio de 2010

La vida social: Recorrido del hombre

Las diversiones sociales en el siglo XIX, por lo general, se distinguían en dos: la de las mujeres y la de los hombres (aunque poco a poco se iban formando eventos en que ambos se reunían).

Si bien los espacios públicos eran lugares predominantemente masculinos, no existían sino sólo unos cuantos institucionalizados, teniendo como lugar predilecto el café: lugar de grandes tertulias. Se decía, además, que un hombre respetable debía asistir a por los menos una tertulia diaria. Es así que Juan Jacobo Von Tschudi, alrededor de la década del 40 del siglo XIX, dice sobre los criollos más adinerados:

''Se dedican al ocio, se pasean por las calles, visitan a sus conocidos, se paran en alguna tienda o en una esquina para quedarse allí conversando medio día... Las tardes las pasan en el Coliseo de Gallos, en los cafés o dedicados al juego. Los criollos son jugadores apasionados. Si bien están prohibidos los juegos de azar, se llevan a cabo en forma pública''.

Podemos observar, de la descripción hecha por el viajero, que los limeños de más dinero simplemente dedicaban su vida a la pura diversión e incluso en ocasiones eran aquejados por sus esposas por las constantes ausencias que mostraban. Hacía mediados del XIX, las casas de juegos se ubicaban en los balnearios, principalmente en Chorrillos, lugar donde se vieron comprometidas muchas fortunas.

Debido a que el hombre reconocía la libertad en los escenarios públicos se ausentaba constantemente y eso lo demuestra una queja pública que hizo una mujer respecto a este problema: ''Yo sola tengo que sufrir los tedios de la soledad''.

A pesar de la fuerte popularidad que iba alcanzando los juegos de azar, el evento más popular y que congregaba a mayor cantidad de gente era la pelea de gallos. Una actividad que también persistió hasta los primeros años republicanos fue la asistencia casi obligatoria al Teatro.

El recorrido frecuente de los hombres, como lo muestra Alicia del Águila era el siguiente:

Mañana: esquina u oficina (si la hay) - calle - tiendas o café - casa.

Tarde: calle - coliseo de gallos - casa amigo - café - paseo - teatro - casa amigo (tertulia) - casa propia (cena) - juego.

Bibliografía empleada: DEL ÁGUILA, Alicia. Los velos y las pieles. Lima: IEP, 2003.

domingo, 20 de junio de 2010

Las portadas de las murallas de Lima

Portada de Maravillas. Tomada de Las murallas de Lima en el proceso histórico del Perú
En el año 1687 se desató un trágico movimiento telúrico en la ciudad de Lima. Tras esto se daba la noticia que las murallas -que tenían como fin defender la ciudad de piratas y de movimientos indígenas- acababan de ser terminadas. El virrey Melchor de Navarra y Rocafull (Duque de la Palata) se regocijaba en júbilo por haber concluido una obra de tal magnitud sin mermar los ingresos de la ciudad.

Según refiere Lohman las medidas de la muralla eran: 11700 metros de longitud y un aréa de 5054 600 metros cuadrados (1964, 201). En un inicio eran 5 las portadas que conformaban las murallas. Todas éstas permitían el acceso y la salida de la ciudad.

Portada de Guadalupe; estaba ubicada muy cerca a la iglesia y convento de Guadalupe. Tuvo dos puertas, que se ubicaban cerca del camino y ferrocarril a Chorrillos, opuesto al río Rímac.

Portada de Cocharcas; se ubicaba dentro del barrio de Cocharcas, el cual tuvo por centro la iglesia del mismo nombre, que se fundó por el antiguo culto a la Virgen de Cocharcas. Estuvo entre dos portadas, la de Santa Catalina y la de Barbones, la primera habilitada un tiempo después a la conclusión de las murallas.

Portada del Callao. Tomada de Las murallas de Lima en el proceso histórico del Perú.
Portada del Callao; fue una de las portadas más hermosas construidas, al salir se encontraba una alameda de grandes longitudes en donde se destinaban grandes reuniones. La fachada tenía tres entradas. En la puerta central se colocaron las armas reales con la leyenda 'Imperanete Carolo IV'. Sobre la derecha se colocaron las armas de Lima y sobre la izquierda, las del Consulado.
Portada de Barbones; se ubicó cerca a las inmediaciones de la casa de la convalecencia de los indios, el cual estuvo a cargo de los padres Betlemitas a partir del año 1732. Estos sacerdotes lucían grandes barbas, motivo por el cual se conoció con el nombre de Barbones a esta portada.

Portada de Maravillas; fue la más hermosa y debido a su majestuosidad se le comparó con la Puerta de Hierro de Madrid. Estuvo ubicada cerca a la iglesia del Santo Cristo y daba acceso al barrio del Cercado de indios. Entre los muchos frisos y detalles que la componían se alzaba un gran escudo al centro y pínáculos sobre el eje de cada columna, además se ubica sobre las columnas un haz de banderas y un busto de armadura.

Un tiempo después se construyeron algunas portadas más, entre ellas tenemos: Monserrate, Martinete, Santa Catalina, Juan Simón, San Jacinto y dos en el barrio de San Lázaro: la de Piedra Lisa y la de Guía.

Bibliografía empleada:
DE LA CRUZ, Luis Enrique. Las murallas de Lima en el proceso histórico del Perú. Lima: CONCYTEC, 2004.

sábado, 5 de junio de 2010

La tapada limeña

Imagen tomada de El Perú romántico del siglo XIX de J. M. Rugendas

Entre los muchos personajes que habitaron la antigua ciudad de Lima, debemos mencionar a uno -o más precisamente a una- conocidísima universalmente como ''la tapada limeña'', con su célebre traje de saya y manto. La tapada apareció casi con la fundación de Lima y extendió su ''reinado'' hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XIX, cuando desaparecería de a pocos por la fuerte influencia de la moda francesa.

La saya era una especie de vestido hecho en seda muy fina, negra, castaña, azul o verde, que las cubrían de los pies a la cintura, con una hebilla o cintas en esta parte para podérsela ajustar, de modo que demostrarán todas su formas. El manto era como una toca de seda negra que se ataba en la cintura, subiendo por la espalda hasta encima de la cabeza, cubriendo el rostro enteramente, de modo que no permitía ver sino un ojo (Carlos Prince, 418).

A lo largo de las casi tres centurias de existencia, la vestimenta de la tapada ha sufrido algunos cambios. En sus orígenes la saya era estrecha, dibujaba el cuerpo que cubría privándolo de soltura y elegancia (Cisneros Sánchez, 20). Una de las últimas modificaciones que sufrió la vestimenta fue ya en el siglo XIX, que consistía en pañolones y zapatos de raso elegantes, medias de seda que ''aprisionaban'' el pie. Así pues, en los siglos de su existencia se pudieron observar sayas de canutillo, de emcarujadas, de vuelo, de pilitricas, sayas filipenses y por último las de tiritas, que eran más destrozadas y llenas de hilachas.

El uso de la saya y el manto fue censurado desde sus primeros años de aparición. La primera ordenanza que prohibía el uso del manto se dio en el año 1561 por don Diego López de Zuñiga y Velasco, cuarto virrey del Perú. Muchos virreyes siguieron aplicando la misma medida, sin ningún éxito. Incluso en más de una oportunidad tuvo que intervenir la Iglesia. Es así, que entre los años 1582 y 1583 el Tercer Concilio Limense declaró que incurrían en falta las tapadas.

Imagen tomada de El Perú romántico del siglo XIX de J. M. Rugendas

Todos los intentos por impedir su uso fueron en vano, la limeñas no dejaron de vestir las clásicas prendas, aduciendo muchas veces que su uso era exclusivo para evitar que el sol las dañara. En alguna oportunidad, las tapadas, en señal de protesta ante tantas ordenanzas, prefirieron dejar de salir de su casas.

A pesar de la censura de algunos virreyes, otros muchos se deleitaban con las misteriosas mujeres. Era tradición que en las fiestas de bienvenida que le daba la ciudad a sus virreyes, entre los diversos actos que componían los programas, las mujeres limeñas podían entrar tapadas a conocer al virrey de turno. En una oportunidad, en el año 1590, cuando hizo su entrada el virrey don García Hurtado de Mendoza, las mujeres limeñas portando sus vestimentas de incógnitas lo saludaron desde ventanas y balcones.

Las visitas de las limeñas tapadas fueron frecuentes en las misas, a donde iban acompañadas con sus esclavas; en las alamedas, lugar donde eran cortejadas por muchos jóvenes y señores. Las tapadas aprovechaban el misterio que les proporcionaba el vestido para realizar muchos cometidos. Imagínese cuántas historias a lo largo de las famosas tapadas se habrán dado. Contemos una -tal vez la más conocida-. Se dice que una vez una tapada, esposa de un político, sorprendió al analfabeto José Calderón, conocido por ''Ño Bofetada'', pidiendo limosna en la iglesia Santo Domingo. La tapada le dio unos centavos a cambio de repartir algunos volantes por la ciudad, volantes revolucionarios a favor del esposo. Como era lógico el pobre Ño Bofetada fue detenido por la policía.

En otra oportunidad -cuando disponga de un poco más de tiempo- colocaré un relato del parecer de un viajero sobre las tapadas limeñas.

Bibliografía empleada:
CISNEROS SÁNCHEZ, Manuel. Pancho Fierro y la Lima del 800. Lima: Importadora, exportadora y librería García Ribeyro S.C.R.L., 1975, 18-22 pp.
BROMLEY, Juan. Tapadas y destapadas y PRINCE, Carlos. La limeña con saya y manto en Festival de Lima, 4to Tomo: Lima: CONSEJO PROVINCIAL DE LIMA, 1959.

domingo, 23 de mayo de 2010

La esclavitud negra en la Lima del S. XIX. Un primer acercamiento

A inicios del siglo XIX la población -entre negros esclavos y libres- representaba el 50% de la población urbana. Además, en Lima se registraba un constante crecimiento de esclavos urbanos, que tenían actividades cada vez más especializadas debido, en parte, al también crecimiento de la población urbana. Así pues, podemos encontrar esclavos en diversas ocupaciones (desde quehaceres domésticos hasta trabajos en la Iglesia o el Estado). Incluso algunos llegaban a poseer pequeñas tierras cedidas por sus amos a cambio de una renta.

Existían algunos procesos generales para la conversión de un esclavo en persona libre. Entre las que más se daban, tenemos:

-Campesinización esclava; trabajar para abastecer a la ciudad de alimentos.
-Jornalero libre; trabajar en la misma u otra hacienda.
-Labores mineras; alquiler de la mano de obra en minas.

La libertad era, pues, una meta de los esclavos. Muchos de ellos lo consiguieron, con ayuda, tal vez, de los amos, que veían una mayor rentabilidad en poseer una persona libre que trabaje por jornadas.

Los procesos de conversión debían tener el consentimiento de los amos. Y así como hubo muchos que daban libertad a sus esclavos; hubo otros muchos que se negaban, por diversas razones, a darles la tan ansiada libertad. Es por este motivo que se producían dos modalidades distintas para la libertad: el cimarronaje y el bandolerismo.

De cualquier forma, el proceso de libertad se estaba dando en Lima de forma creciente. Veamos los siguientes datos que ilustran este proceso:

Censo de 1792: 13483 esclavos
Censo de 1818: 8589 esclavos
Censo de 1836: 5791 esclavos
Censo de 1845: 4500 esclavos

Esta primera entrada sobre la esclavitud negra es solo un marco general, que espero pueda seguir desarrollando más adelante y tener un trabajo más sólido que presentarles.

Bibliografía:
HUNEFELDT, Christine. Lasmanuelos, vida cotidiana de una familia negra del siglo XIX. Lima: Instituto de Estudios Peruanos (IEP), 1992.