viernes, 24 de septiembre de 2010

La misturera


En las antiguas celebraciones religiosas, mujeres de toda clase se convertían en célebres acompañantes de las grandes procesiones; formaban, pues, junto a otros personajes pintorescos todo el conjunto de estas multitudinarias celebraciones. Delante, en el andar, de las procesiones se posicionaban las mistureras cargadas de esplendores y detalles.

Estas mujeres llevaban grandes vestidos, muy entallados en la cintura y con grandes aberturas en las piernas; con una pequeña manta cubríanse casi totalmente los brazos. Cargaban muchas veces joyas y perlas, además de presentar un pelo bien acomodado. A pesar del lujo de las prendas, que precisaban no poca sobriedad, lo que caracterizaba a estas mistureras eran los grandes azafates que llevaban en las cabezas.


Iban éstos adornados con mistura fina, peritos y manzanitas claveteadas con clavos de olor, además de llevar muchas veces flores. En grandes membrillos (siempre dentro del azafate) se encontraban acomodadas pequeñas banderas de seda, ninfas, ángeles o santos simbolizan el carácter de la fiesta, En mazos circundantes al azafate, iban pastillas de azúcar y canela, envueltas en papeles picados de diferentes colores.

Al término de las procesiones y todos los rituales correspondientes, el contenido de los azafates era repartido, seguramente desproporcionadamente, entre los concurrentes al evento. Imagínese cuántos pequeños y grandes enredos deben haber acontecido alrededor de estas procesiones.

Bibliografía empleada: PORRAS Barrenechea, Raúl. Historia general de los peruanos, 2 volumen. 11ed. Lima: PEISA, 1988.

sábado, 18 de septiembre de 2010

La esclavitud negra en la Lima del S. XIX. Bandolerimo y cimarronaje


El régimen colonial contra los esclavos negros se mantuvo hasta los primeros 30 años republicanos, cuando Ramón Castilla formula un decreto en el que se dictamina la libertad de los negros. Existió, pues, en los años esclavistas una fuerte opresión contra los negros; habiendo en muchos de los casos maltratos que imposibilitaban su libertad. A pesar de que todo esclavo tenía un precio de compra y que éste podía ser pagado incluso por él mismo, la libertad alcanzada por el esfuerzo propio fue escasa.

Por tal motivo, los negros esclavos se vieron obligados a alcanzar la libertad de otras formas, penadas y sancionadas por las autoridades. Casos frecuentes de negros convertidos en cimarrones y bandoleros, que atacaban a ciudadanos y producían constantes robos fueron denunciados en el Cabildo de Lima.

Los cimarrones eran negros rebeldes que habían escapado de su amo, producto de los constantes abusos de los que eran víctimas. Sin embargo, éstos eran totalmente rechazados de la ciudad y vivían en lugares alejados del control; barrios como el de San Lázaro y el de Indios fueron refugios de los cimarrones.

Los grupos de bandoleros negros producían la mayoría de robos en la ciudad, atacaban desde personas (criollos, indios e incluso a otro negros) hasta pequeños locales de comercio. Si bien es cierto, que en la República ya no se ejecutaban negros y los casos durante el virreinato tampoco fueron muchos; sí, por el contrario, fueron aprisionados muchos negros, que por transgredir la ley eran abusados de manera más intensa, produciéndose muchas de sus muertes.

Actualmente no dispongo de muchas imágenes de Lima, así que dentro de poco subiré muchas imágenes de situaciones cotidianas y de monumentos de Lima tomadas durante el Virreinato y los primeros años de República. Espero que realmente sean bien recibidas.

Bibliografía empleada:
PORRAS Barrenechea, Raúl. Historia general de los peruanos, 2 volumen. 11ed. Lima: PEISA, 1988.

sábado, 4 de septiembre de 2010

La gente del callejón

Callejón de Petateros

Como en todos los tiempos y en todas las ciudades, ha existido gente rica y ha existido gente pobre. La población asentada en la Lima colonial que poseía grandes riquezas era escasa. Ésta realizaba, en sus grandes casas, fiestas como las europeas, llenas de lujo y estridencia, reuniones a las cuales se asistía únicamente si se era poseedor de un gran solar y se venía de buena familia. Imagínese, si la gente que tenía dinero sufría de problemas de agua y sobre todo de salud, ¿qué no habrá acontecido en los grandes callejones que albergaban cientos de familias en extrema pobreza?

La ciudad de Lima en tiempos coloniales no era por cierto la ciudad más limpia y segura del continente. Por el contrario, en Lima se albergaban (en las propias casas) animales grandes que eran usados para el transporte; se usaba agua proveniente de grandes depósitos (los aguateros); los caminos estaban llenos de tierra y de basura acumulada; no existía una gran iluminación; etc. En realidad la ciudad era bastante pequeña y convivían en ella gente de toda clase, pero que en la intimidad de sus fiestas, reuniones y relaciones sociales se aislaban con sus grupos.

En esta ocasión detallaré, casi de manera fiel al libro que he leído, información sobre los antiguos callejones limeños, que de preferencia se ubicaban en el Arrabal de San Lázaro (al otro lado del antiguo puente de Piedra) y en el Barrio de Indios o Barrios Altos.

En los antiguos callejones se hacinaban las personas que poseían los ingresos más escasos de la ciudad. Estas personas vivían en casas que eran de caña o de adobe, que poseían un piso, que contaban con muchas habitaciones de pocos cuartos, sin servicios higiénicos, sin aire y sin luz. Existen, pues ciertas peculiaridades que caracterizaban a los antiguos callejones:

Seguiré íntegramente el libro

a) 'Misia' Pancha o 'Misia' Juana; la encargada, la portera, era el tipo adecuado para el manejo integral de callejón. La única persona, a quien se acude, con las quejas dirias, con los pedidos de consejos, con las súplicas de préstamos, con los ruegos para dilatar el pago miserable por imposibilidad económica, etc. La misia es una autoridad. a su orden se abren y cierran las puertas, se apagan las luces, se suspenden las jaranas. Y a ella llegan en primer término, los chismes traídos de la calle, por los mozos y las comadres.

b) El punto de convergencia del callejón es el botadero de hoy, el 'caño' de los días coloniales, la pileta única para el abastecimiento de cientas de personas. Allí se comentaban las ' nuevas'; es el mentidero de la casa, donde se discuten los hechos policiales, se crítica a los poetas y hasta se ataca, para innovarlo y enriquecerlo, el idioma.

c) Las sufridas mujeres, madres de numerosa prole, se multiplican de sol a sol, para atender las necesidades imperiosas de toda la familia. Son ellas, quienes, temblorosas, esperan al marido, el día de la paga, para guardar como tesoro sagrado, el alquiler de la pocilga. Su desolación y su espanto son indecibles, cuando, el hombre ha consumido el fruto de su esfuerzo semanal, en la pulpería, o en la chingana, en sendas libaciones.

d) La clásica memoria musical del hombre popular, le sirve para conservar y transmitir, folclóricamente, los versos intencionados y picantes de los poetas virreinales.

e) En las fiestas, jaranas, que duran varios días, campean el aguardiente, los platos criollos picantes y la chicha. Los bailes suelto, movidos, lúbricos, al compás del cajón y cantados con voces enronquecidas, son las prefereridas.

f) El 'gallinazo bodero' o el 'huela guiso', tipos, el uno persona de respeto, que se presenta, como de ocasión, y que es bien recibido; el otro, desconocido, bien trajeado, pero hambriento, que se introduce a hurtadillas y que, en veces, es expulsado de mala manera. Ninguno de los dos falta en la jarana.

g) En los callejones virreinales aparecían las grandes epidemias de viruela, escarlatina, etc., llevándose cientos de vidas. El índice de la mortandad, se mide en los callejones, antros de miseria...

He querido mostrar lo más relevante y trascendental de la vida de la gente del callejón. Y como se habrá podido notar en la información dada, existe mucha creacíón del autor y seguramente una poca cuota de historia real (pero ¿no creen que ahí se encuentra lo hermoso de la historia? pueden imaginar ustedes mismos sus propias historias).

Lamentablemente, no existe mucha información consolidada sobre la vida en los callejones; sí existe, por el contrario, información dispersada en muchos libros de historia. Tampoco existen novelas realistas o naturalistas peruanas que trabajen profundamente el tema de la miseria, como sí existieron en Francia, en España o en Inglaterra (esperemos que en algún momento alguien pueda consolidar las sugerentes historias).

Bibliografía empleada:
PORRAS Barrenechea, Raúl. Historia general de los peruanos, 2 volumen. 11ed. Lima: PEISA, 1988.