Callejón de Petateros
Como en todos los tiempos y en todas las ciudades, ha existido gente rica y ha existido gente pobre. La población asentada en la Lima colonial que poseía grandes riquezas era escasa. Ésta realizaba, en sus grandes casas, fiestas como las europeas, llenas de lujo y estridencia, reuniones a las cuales se asistía únicamente si se era poseedor de un gran solar y se venía de buena familia. Imagínese, si la gente que tenía dinero sufría de problemas de agua y sobre todo de salud, ¿qué no habrá acontecido en los grandes callejones que albergaban cientos de familias en extrema pobreza?
La ciudad de Lima en tiempos coloniales no era por cierto la ciudad más limpia y segura del continente. Por el contrario, en Lima se albergaban (en las propias casas) animales grandes que eran usados para el transporte; se usaba agua proveniente de grandes depósitos (los aguateros); los caminos estaban llenos de tierra y de basura acumulada; no existía una gran iluminación; etc. En realidad la ciudad era bastante pequeña y convivían en ella gente de toda clase, pero que en la intimidad de sus fiestas, reuniones y relaciones sociales se aislaban con sus grupos.
En esta ocasión detallaré, casi de manera fiel al libro que he leído, información sobre los antiguos callejones limeños, que de preferencia se ubicaban en el Arrabal de San Lázaro (al otro lado del antiguo puente de Piedra) y en el Barrio de Indios o Barrios Altos.
En los antiguos callejones se hacinaban las personas que poseían los ingresos más escasos de la ciudad. Estas personas vivían en casas que eran de caña o de adobe, que poseían un piso, que contaban con muchas habitaciones de pocos cuartos, sin servicios higiénicos, sin aire y sin luz. Existen, pues ciertas peculiaridades que caracterizaban a los antiguos callejones:
Seguiré íntegramente el libro
a) 'Misia' Pancha o 'Misia' Juana; la encargada, la portera, era el tipo adecuado para el manejo integral de callejón. La única persona, a quien se acude, con las quejas dirias, con los pedidos de consejos, con las súplicas de préstamos, con los ruegos para dilatar el pago miserable por imposibilidad económica, etc. La misia es una autoridad. a su orden se abren y cierran las puertas, se apagan las luces, se suspenden las jaranas. Y a ella llegan en primer término, los chismes traídos de la calle, por los mozos y las comadres.
b) El punto de convergencia del callejón es el botadero de hoy, el 'caño' de los días coloniales, la pileta única para el abastecimiento de cientas de personas. Allí se comentaban las ' nuevas'; es el mentidero de la casa, donde se discuten los hechos policiales, se crítica a los poetas y hasta se ataca, para innovarlo y enriquecerlo, el idioma.
c) Las sufridas mujeres, madres de numerosa prole, se multiplican de sol a sol, para atender las necesidades imperiosas de toda la familia. Son ellas, quienes, temblorosas, esperan al marido, el día de la paga, para guardar como tesoro sagrado, el alquiler de la pocilga. Su desolación y su espanto son indecibles, cuando, el hombre ha consumido el fruto de su esfuerzo semanal, en la pulpería, o en la chingana, en sendas libaciones.
d) La clásica memoria musical del hombre popular, le sirve para conservar y transmitir, folclóricamente, los versos intencionados y picantes de los poetas virreinales.
e) En las fiestas, jaranas, que duran varios días, campean el aguardiente, los platos criollos picantes y la chicha. Los bailes suelto, movidos, lúbricos, al compás del cajón y cantados con voces enronquecidas, son las prefereridas.
f) El 'gallinazo bodero' o el 'huela guiso', tipos, el uno persona de respeto, que se presenta, como de ocasión, y que es bien recibido; el otro, desconocido, bien trajeado, pero hambriento, que se introduce a hurtadillas y que, en veces, es expulsado de mala manera. Ninguno de los dos falta en la jarana.
g) En los callejones virreinales aparecían las grandes epidemias de viruela, escarlatina, etc., llevándose cientos de vidas. El índice de la mortandad, se mide en los callejones, antros de miseria...
He querido mostrar lo más relevante y trascendental de la vida de la gente del callejón. Y como se habrá podido notar en la información dada, existe mucha creacíón del autor y seguramente una poca cuota de historia real (pero ¿no creen que ahí se encuentra lo hermoso de la historia? pueden imaginar ustedes mismos sus propias historias).
Lamentablemente, no existe mucha información consolidada sobre la vida en los callejones; sí existe, por el contrario, información dispersada en muchos libros de historia. Tampoco existen novelas realistas o naturalistas peruanas que trabajen profundamente el tema de la miseria, como sí existieron en Francia, en España o en Inglaterra (esperemos que en algún momento alguien pueda consolidar las sugerentes historias).
Bibliografía empleada:
PORRAS Barrenechea, Raúl. Historia general de los peruanos, 2 volumen. 11ed. Lima: PEISA, 1988.