domingo, 22 de julio de 2012

Las iglesias de Lima

 Iglesia de Desamparados

 Iglesia de La Merced

 Iglesia de La Recoleta

 Iglesia de las Trinitarias

 Iglesia de San Agustín

Iglesia del Sagrario

domingo, 15 de julio de 2012

La bohemia romántica: José Arnaldo Márquez


En esta ocasión presentamos la transcripción de un poema titulado La miseria. El autor es José Arnaldo Márquez (1832-1909), poeta de la generación romántica del XIX peruano. El poema apareció en ''El Talismán'', un periódico semanal dirigido a las mujeres peruanas, e increíblemente el autor contaba con tan sólo 14 años de edad. Esperamos que sea del agrado de ustedes, nuestros amables lectores. 

LA MISERIA
A mi madre

La miseria ¿no es cierto madre mía
Que esta palabra es tenebrosa y triste,
Que destierra del alma la alegría
Y con las sombras del dolor la viste?

La miseria ¡ay de mí! Su nombre espanta
Y todos al oírle se estremecen,
Nunca el poeta en su dolor la canta,
Que al contemplarla sus angustias crecen.

¿No has visto, madre mía, en el Océano
Y en medio del furor de la tormenta
Al náufrago infeliz luchar en vano
Con una muerte prolongada y lenta?

¿Y no has visto a los hombres en la playa
Que abandonan a otro hombre en su agonía,
Sin que uno solo a libertarlo vaya
De los peligros de la mar bravía?

Tal, madre, es la miseria, tal la suerte
Del infeliz a quien su seno oculta;
Do quier le sigue la espantosa muerte,
Do quier un mar de penas lo sepulta.

Y no habrá alguno que salvarlo quiera
Tendiéndole una mano generosa,
Cual los hombres que están en la ribera
Dejan a otro hombre entre la mar furiosa.

El lucha con el hambre y con el frio,
Mira la lluvia penetrar su techo,
Y no halla paz en su rincón sombrío
Sobre las tablas de su tosco lecho.

Y tú, madre; ¿también ves retratada
La imagen de la muerte entre las sombras?
En esa noche lúgubre y helada
Al contemplar tu suerte; ¿no te asombras?

¿No te asombras de verte en la indigencia
En tu morada lóbrega y oscura,
De arrastrar miserable tu existencia,
Y de ver marchitada tu hermosura?

¿Do de tus ojos la radiante lumbre
Y tu mirada dulce y hechicera?
¿Dónde huyó la encantada muchedumbre
Que adoraba tu risa placentera?

Pasó un día, y veloces se alejaron
El placer y la dicha y la hermosura,
Y en cambio ¡oh desventura! Te quedaron
Largos días de duelo y amargura!

Mas yo, yo madre, acallaré tus penas;
Y tornaré en delicias tus pesares,
Tranquila pasaras horas serenas,
Y dormirás al son de mis cantares.

Y volverá tu plácida sonrisa,
Y el placer te dará bellos colores,
Como el aliento de la suave brisa
Torna a la vida las marchitas flores.

Sí, cantaré, madre mía,
Que me oirá el mundo amador,
Como en la selva sombría
Se escucha la melodía
De escondido ruiseñor.

Y en vez de amargos momentos
De tristeza y sinsabor;
Te daré con mis acentos
Delicias por tus tormentos,
Placeres por tu dolor.

Que es madre todo mi anhelo
Entonar dulce canción
Para mitigar tu duelo
Y aplacar con el consuelo
Tu afligido corazón.

Lima, octubre 1 de 1846.
José Arnaldo Márquez.

sábado, 2 de junio de 2012

Peregrinaciones de una paria, novela de confesiones


En esta oportunidad les presento la reseña de una novela publicada por Flora Tristán en el año 1838. Si bien es cierto que la novela fue publicada originalmente en francés, es relevante para la historia literaria del Perú, pues desarrolla una temática que incide en el paisaje peruano de esos años. Flora Tristán (1803-1844), hija de un coronel peruano, se convierte, así, en la primera novelista del Perú y una de las primeras feministas.

TRISTÁN, Flora. Peregrinaciones de una paria (1838). Lima: Moncloa – Campodónico Editores, 1971.

La joven Flora Tristán, hija de un coronel peruano asociado al ejército español y de una francesa llamada Teresa Lainé, se encuentra viviendo en uno de los barrios más pobres de París desamparada y con dos hijos. Después de pasar penurias y escapar constantemente de su todavía esposo Chazal, a quien detesta, se entera que su padre, ya fallecido, tenía familiares en Perú que pertenecían a la clase alta de ese país. Enterada de esto decide refugiarse en el Perú y pedir ayuda a su tío Pío Tristán.

Emprende un viaje de más de ciento treinta días que le demandará fortaleza y valor para enfrentarse a un mundo desconocido para ella. Durante el viaje, Flora va conociendo la verdadera naturaleza del hombre, a quien consideraba poseedor de virtud y capaz de entregarse a causas justas. Desencantada aunque fortalecida para enfrentar la vida, entabla amistad en el barco ‘El Mexicano’ con M. Chaubrié, capitán que la seduce y le implora su amor. Sin embargo, Flora no lo acepta pues, a pesar de considerarlo un hombre leal y justo, ella tiene otros propósitos en la vida. Considera además que su situación de hija ilegítima y madre soltera es un impedimento. Está condenada a vivir en una sociedad corrupta y, además, a ser tratada como una paria.

Llega a Islay y se dirige a Arequipa, lugar de residencia de su tío. Flora explica su situación, aunque sin comentar de su marido ni de sus hijos, a don Pío y le solicita la herencia de su abuela. Este pedido es rechazado por su tío pues, incluso reconociendo que es hija de su querido hermano, ella no posee documentos probatorios de la legitimad de su nacimiento. Flora quien considera de injusta esta decisión se indigna y se enfrenta a su tío, a quien desde ese momento considera como un hombre que destina su vida a la avaricia.

La joven Flora, muy a pesar suyo, se establece en casa de su tío y permanece en Arequipa durante siete meses, tiempo en el que observa las costumbres sociales y los conflictos políticos del pueblo arequipeño. Viaja a Lima y permanece en la capital dos meses, en los que observa el modo de vida de las mujeres limeñas: un modo frívolo y lleno de superficialidades. Flora, triste y nuevamente desamparada, decide emprender regreso a Francia.

martes, 20 de marzo de 2012

Los dulceros

En tiempos coloniales y durante los primeros años republicanos, Lima era una ciudad donde existían muchos vendedores ambulantes ofreciendo manjares de todo tipo. Estos personajes denominados dulceros tenían una activa participación en la ciudad y como suele ocurrir algunos se establecieron en puestos fijos. Tal es el caso de Casimira Santurio quien el primero de marzo de 1863 solicitó al alcalde de Lima una licencia para colocar una 'habitación portática' en la plazuela de Santo Domingo para vender dulces desde la una de la tarde hasta las diez de la noche.

En el barrio de San Sebastián, existía una famosa dulcera llamada Marcelina, cuarentona, y conocida como zamba frescota, que se ubicaba al costado izquierdo de la iglesia, en el mercado de abastos. Se le veía todos los días a eso de las dos de la tarde en un sillón alto con un enorme y reluciente perol a cada lado y rodeada por personas de toda condición. Marcelina ofrecía diversas mazamorras como las 'de leche' con yemas y vino, la 'morada', la 'de pan de Guatemala' y la 'de cochino'. Tanta era la acogida de los postres que antes de las cuatro de la tarde, Marcelina se quedaba sin nada.

La presencia de estos personajes en Lima fue tal que a modo de ilustración leamos una cita sobre el transcurrir de los dulceros limeños a lo largo del día, que además nos ayudaba a saber la hora pues su llegada a la ciudad era exacta:

''Las mulatas de los conventos pasaban todos los días a las once de la mañana vendiendo ranfañote, cocada, bocado de rey, chancaquita de cancha y de maní y frejoles colados. A la una de la tarde salían la arrocera y el alfajorero. A las dos, la picaronera y el humitero; a las tres, el melcochero y la turronera; a las cuatro, el vendedor de piñita de nuez; a las seis, el galletero; finalmente, a las siete de la noche el caramelero y la vendedora de mazamorra.''

Bibliografía empleada:
OLIVAS, Rosario. Los pregones de los vendedores ambulantes en La cocina cotidiana y festiva de los limeños en el siglo XIX. Lima: Universidad de San Martín de Porres. Escuela Profesional de Turimos y Hotelería, 1999, pp 91 - 106.

sábado, 21 de enero de 2012

Una novela decimonónica: Julia o escenas de la vida en Lima

Portada de una edición del año 1977

Uno de los géneros menos cultivados de nuestra literatura decimonónica fue la novela. En este escaso campo se encuentra Julia o escenas de la vida en Lima, que fue publicada en el año 1861 en París. Luis Benjamín Cisneros (Lima, 1837-1904) fue poeta y escritor, y entre sus muchos artículos, poemas y ensayos, publicó esta novela de corte marcadamente romántico. Esta novela fue escrita por Cisneros durante su estancia en Francia, por este motivo muestra grandes rasgos del Romanticismo francés, especialmete del escritor Lamartine.
Mucho se le ha criticado e incluso no valorado, justamente por ser un escritor afrancesado, diciendo, además, que la historia como tal no tiene alguna complejidad temática y mucho menos formal. Cierto o no, debemos considerar a la obra de Cisneros como un hito en nuestro romanticismo. Además de decir que la propia naturaleza del movimiento romántico es europea y su transplante al nuevo mundo debió significar mayoritariamente su imitación, más aún en una sociedad llena de conflictos sociales y políticos como la nuestra. Pese a todo lo dicho, la narración da profundos detalles de la vida social de la ciudad, además de las costumbres y pequeños detalles de la época.
Les presento una breve reseña de la novela:
CISNEROS, Luis Benjamín. Julia o escenas de la vida en Lima. Lima: Editorial Universo, 1977.

Los protagonistas de la historia son dos jóvenes enamorados que se comprometen en unión matrimonial. Cuando todo parece concluido aparece Alberto, un joven amable y que aparenta ser de una buena posición económica. Doña Clara, amiga de la familia y señora bastante mayor, y Alberto se unirán para quebrantar la promesa de amor. Julia cede y renuncia, sin la autorización de su tío Antonio, al matrimonio y se compromete con el nuevo pretendiente: Alberto. Desdichado y triste se aleja Andrés de la familia de Julia.

Todo se empieza a desvelar, las primeras imágenes tiernas caen y se revelan los verdaderos rostros de la sociedad limeña. Alberto es un jugador empedernido y pasa horas enteras fuera de su casa; no posee la riqueza que en un principio aparentaba; y por último, no ama a Julia. No pasa mucho tiempo para que se produzca la separación frente a toda burla de la sociedad. Alberto hace un viaje y abandona a Julia con todas las deudas que el juego traía consigo.

Andrés, siempre enterado de todo lo que acontecía a Julia, decide volver a frecuentarla. Ambos se coquetean y hacen ver una posible reconciliación. Andrés está encantado con Julia y la quiere hacer su esposa y olvidar todos sus anteriores engaños. A Julia le suceden algunos hechos bastantes trágicos que producen un nuevo alejamiento de Andrés. En esta ocasión Julia está en la completa miseria y se refugia en un convento, lugar donde vive junto a su hija.

Una tía que sustentaba los pocos gastos de Julia en el convento fallece y deja nuevamente en la miseria a la pobre joven. La desdichada recurre a doña Clara, quien le asiste y le ayuda momentáneamente. Poco tiempo después, entre lágrimas, se reconcilia Julia con su tío, quien le acepta de vuelta en casa. Andrés envuelto en lágrimas y lleno de amor promete amor eterno a Julia.

domingo, 15 de enero de 2012

El aguador

El aguador (1840) Pancho Fierro

Antes del establecimiento de la empresa que suministrara agua potable en la ciudad, las pilas, los pilones y los pozos eran las formas de abastecimiento. Estos se hallaban repartidos en algunos puntos estratégicos, como los monasterios, hospitales, colegios y algunos establecimientos públicos. Los criados de las casas y la gente pobre tomaban agua de las fuentes públicas. El resto de la población se abastecía del agua que llevaban los aguadores que estaban matriculados en las parroquias.

Eran por lo general negros o zambos, que formaban la agrupación más importante de la colonia pues llevaban consigo un servicio indispensable. Existían dos categorías de aguadores, los que iban a pie y los que iban a burro. Los primeros vestían un delantal de cuero y cargaban un barril pequeño al hombro. Los segundos colocaban dos barriles que iban sobre el burro. Además, ambos llevaban un escapulario de Nuestra Señora del Carmen y una bolsa de cuero que contenía el dinero de la venta.

Al paso de los aguadores y al oir la campanilla, la gente le decía: ''¡Aguador, écheme usted un viaje!'' a lo que éstos respondían: ''¡Está vendío!''. Existen numerosas historias de estos personajes que transitaban la ciudad. Así, Manuel Atanasio Fuentes nos cuenta que en la ciudad existía un aguador que había sido militar llamado Ño Cendeja que recorría la ciudad con pasos marciales. También se cuentas las riñas que pasaban la gente que vivía en pisos altos pues los aguadores decían: ''No trepo escaleras''.

Bibliografía empleada:
OLIVAS, Rosario. Los pregones de los vendedores ambulantes en La cocina cotidiana y festiva de los limeños en el siglo XIX. Lima: Universidad de San Martín de Porres, Escuela Profesional de Turismo y Hotelería, 1999, pp 91-106.

domingo, 8 de enero de 2012

Las labores de la mujer en el XVI

Es cierto que la conquista española fue una empresa dirigida y controlada por los hombres. Así, el establecimiento de la nueva sociedad limeña tenía fuertes matices masculinos; sin embargo, es cierto también que las mujeres tuvieron un rol fundamental en la actividad económica de la Lima de los primeros años. De esta manera, en el siglo XVI hallamos mujeres dedicadas al área de servicios, el comercio y la producción de alimentos.

Un oficio importante que tuvieron algunas mujeres fue el de curanderas. Estas mujeres ocuparon un papel fundamental pues ejercían las veces de doctoras (recordemos que los conquistadores carecían de médicos calificados por falta de dinero) y sirvieron a la ciudad por algunas décadas. Así, las curanderas tuvieron en su labor un medio de vida. Incluso algunas de ellas tuvieron algunos privilegios, como fue el caso de la Mayor de Godínes a quien se le concediò medio solar o el caso de Francisc Juárez, 'La Valenciana', que en 1540 asistia a los enfermos en su posada. Estas mujeres se dedicaron de forma libre hasta que fueron condenadas por la Inquisición por 'sospechosas'.

Además, se observa en Lima un importante número de mujeres dedicadas a la preparación de productos comestibles (María de Escobar, Inés Muños, Beatriz Salcedo). A pesar de que esta labor estuvo controlada en su mayoría por españolas hubo casos en los que mujeres de otras castas se dedicaban a la ocupación de panaderas. Es el caso de una empresa formada por el español Bartolome Carballo y la mulata Barbola Rodrigues, ambos producían panes y pasteles que posteriormente eran vendidos en las calles y plazas.

Un lugar de encuentro de los sectores más bajos de la sociedad era la taberna y el consumo de vino. Encontramos, así, a mujeres dedicadas a esta actividad llamadas taberneras. Una mujer pobre llamada María sería una de las primeras taberneras en el año 1552 y que sería sucedida por algunas mujeres más de la misma condición. En otras condiciones, algunas taberneras se valían para ofrecer comida, posada, juegos y otros servicios más íntimos.

El abastecimiento de la ciudad se daba gracias al mercado de la Plaza Mayor llamado tianguez, lugar donde las mujeres vendían todo tipo de productos. De esta manera, las primeras mujeres de la ciudad se dedicaron a un abanico importante de actividades para bienestar propio y el de la ciudad.

Bibliografía empleada:
GUTIÉRREZ, Laura (ed.). Lima en el siglo XVI. Lima: PUCP, Instituto Riva Aguero, 2005